Debido a la inmensidad y profundidad de los océanos, hasta hace poco
el hombre creía que podría utilizarlos para verter basura y sustancias
químicas en cantidades ilimitadas sin que esto tuviera consecuencias
importantes. Los partidarios de continuar con los vertidos en los
océanos incluso tenían un eslogan: «La solución a la contaminación es la
dilución.»
En la actualidad, basta con fijarse en la zona muerta del tamaño del
estado de Nueva Jersey que se forma cada verano en el delta del río
Mississippi, o en la extensión de 1.600 kilómetros de plástico en
descomposición en el Pacífico Norte para darse cuenta de que esta
política de la «dilución» ha contribuido a llevar al borde del colapso
lo que tiempo atrás fue un ecosistema oceánico próspero.
Diversas formas de contaminación
Existen pruebas de que los océanos han sufrido a manos del hombre
durante miles de años, desde la época romana. Sin embargo, los estudios
llevados a cabo recientemente demuestran que la degradación,
especialmente en las zonas costeras, se ha acelerado notablemente en los
últimos tres siglos a medida que han aumentado los vertidos
industriales y la escorrentía procedente de explotaciones agrarias y
ciudades costeras.
La contaminación es la introducción de contaminantes nocivos que no
son habituales en un ecosistema determinado. Algunos de los
contaminantes más comunes derivados de la actividad humana son los
plaguicidas, herbicidas, fertilizantes químicos, detergentes,
hidrocarburos, aguas residuales, plásticos y otros sólidos. Muchos de
estos contaminantes se acumulan en las profundidades del océano, donde
son ingeridos por pequeños organismos marinos a través de los cuales se
introducen en la cadena alimentaria global. Los científicos incluso han
descubierto que los medicamentos que ingiere el hombre y que no llegan a
ser procesados completamente por su organismo acaban en el pescado que
comemos.
Muchos de los contaminantes que encontramos en los océanos son
liberados en el medio ambiente mucho antes de llegar a las costas. Los
fertilizantes ricos en nitrógeno que utilizan los productores agrícolas
en zonas de interior, por ejemplo, acaban en las corrientes, ríos y
aguas subterráneas locales, y más tarde se depositan en los estuarios,
bahías y deltas. Este exceso de nutrientes puede provocar un crecimiento
masivo de algas que consumen el oxígeno del agua, generando zonas en
las que no puede haber vida marina o apenas existe. Los científicos han
descubierto 400 zonas muertas con estas características por todo el
planeta.
Los residuos sólidos como bolsas, espuma y otros desechos vertidos en
los océanos desde tierra o desde barcos en el mar acaban siendo con
frecuencia alimento de mamíferos marinos, peces y aves que los confunden
con comida, con consecuencias a menudo desastrosas. Las redes de pesca
abandonadas permanecen a la deriva durante años, y muchos peces y
mamíferos acaban enredados en ellas. En algunas regiones, las corrientes
oceánicas arrastran billones de objetos de plástico en descomposición y
otros residuos hasta formar remolinos gigantescos de basura. Uno de
ellos, situado en el Pacífico septentrional y conocido como el Gran
Parche de Basura del Pacífico, tiene una extensión que según las
estimaciones llevadas a cabo duplica la del estado de Texas. A
principios de 2010, se descubrió otra gigantesca isla de basura en el
océano Atlántico.